39 capos

mayo 10, 2017

Bogotá 39 | Fuente Hay Festival

Vila-Matas clasificó alguna vez los escritores entre los que dejan de escribir y los demás. Piglia los clasificó en su diario como los que logran terminar una obra y los que nunca la consiguen. Entre los que nunca la conseguían era donde podía dirimirse el devenir de una literatura nacional. Curiosa paradoja pensar que la literatura nacional está hecha más de los intentos de hacer que de las grandes obras que resultan. ¿O será que esas obras sólo pueden resultar porque otros no consiguieron su destino? Natalia Ginzburg, que fue editora antes que escritora, se distanció de las clasificaciones entre masculino-femenino. Una discriminación de tal naturaleza obligaría a clasificar por color de ojos, tamaño de las tetas, tener vagina, o pene, es decir por circunstancias extraliterarias, y pondría de lado lo que en verdad importa: las obras. Borges consideraba que ubicar un libro en el anaquel era ejercer ya la crítica literaria. Por épocas clasificó a los autores entre los que escribían novela negra y los que no, entre los autores de cuentos fantásticos y los que no, es decir entre los que le gustaban al emperador y los que no le gustaban al emperador. Cuando fijaba la atención en un género todos los demás desaparecían. Félix Romeo, el capo de la cultura española de los años 90s, los clasificó entre los que les gustaba o no bañarse y entre los que seguían al real Zaragoza y los que seguían al Real Madrid. Se contaba entre los que disfrutan del agua y las piscinas. Pero apreciada leer autores antiacuarimántimos como Susan Sontag o Thomás Bernhard a quienes no les gustaba ni bañarse.

Las clasificaciones, cualquiera, en lugar de integrar, desintegran. Tratan de ordenar un universo de formas anárquicas dentro de patrones y tendencias y categorías ordenadas. Cuando haces una lista, eludes la totalidad. Usas categorías, filtros. Por país. Por edad. Por sexo. Y todo eso es arbitrario. Si dices “escritores menores de 39” tal vez alguien piense enseguida que ese límite está sobrevalorando la juventud y que ser joven, en el arte más lento de todos, es una tontería, porque la literatura es más lenta que la vida, y fijar ese límite es un despropósito con aquellos que el límite excluye y no están siendo reconocidos.

A una clasificación como Bogotá39 se le puede imponer filtros externos para hacer aún más controvertida la selección: origen de clase, raza, sellos de frontera en el pasaporte, grado de escolaridad, padrinos literarios, fenotipo, pero eso no haría menos arbitraria la lista que propondría Tryno Maldonado. Este sesgo sería sensacional: 39 escritores menores de 39 con hijos, y 39 menores de 39 sin hijos. Entonces las obras y dificultades para conseguirlas tendrían un nuevo sentido. 39 escritores menores de 39 con proyectos vitales. Escritores menores de 39 con proyectos existenciales. 39 menores de 39 con hoja de vida, y sin hoja de vida. Con trabajo y sin trabajo. Escritores menores de 39 años con vagina, escritores que escriben sobre su país, escritores que no escriben sobre su país, ni en su lengua materna. Escritores que no escribe ficción o de plano: que nunca han escrito un libro. Si a una clasificación se le pone un nuevo patrón, la serie cambia, la arbitrariedad cambia.

Tengo fascinación por la arbitrariedad, pero aún más por el sujeto detrás de la arbitrariedad. Me gustan las series, de lo que sea, desde que estudiaba sistema proposicionales de Wittgenstein con el profesor Guillermo Páramo Rocha y tratábamos de reorganizar los hexágonos, los anaqueles, los tomos, las frases, los símbolos y las variantes de la Biblioteca de Babel. El cambio ilimitado de paradigmas dentro de una serie limitada de sintagmas puede provocar una multiplicación exponencial de la clasificación. Más o menos eso hace imposible ganarse el Balotto y hace que exista el cáncer y 39 escritores menores de 39 seleccionados por Hay Festival.

En mi lista ideal de escritores en lo que va del siglo para esta parte del mundo solo clasificarían aquellos con obras insoslayables en la lengua franca sin distingo de edad. En mi lista seguramente estarían Jorge Enrique Lage y media docena de autores cubanos, porque la literatura cubana es una literatura que respira sola al margen de la industria editorial aunque el continente editorial le siga dando la espalda como la OEA. En esa lista estaría Legna Rodríduez. Estaría Ahmel Echevarría Pere. Estaría Fragela y Ernesto Peña. Estarían Isbel Gonzalez y Daniel Díaz Mantilla. Estarían Patricio Pron y Pola Oloixarac. Estaría Alberto Olmos. Estarían los grandes cuentistas colombianos desconocidos: Fabián Buelvas y Jose Hoyos. Estaría John Better y Ricardo Abdhalla. Estaría Larry Mejía por sus tres novelas autobiográficas escritas a pie por latinoamérica. Estaría Richard Parra de Perú y Eric Ramos. Estaría Pedro Gómez Bajarrés ya que siempre tiende a omitirse a Paraguay. Estarían Luna Miguel. Estaría Margarita García Robayo conocida tras obtener el Casa de las américas y Juliana Gómez Nieto desconocida pese a haber escrito la única novela sobre el terremoto del 98 en Colombia. Estaría Luis Noriega porque lo descubrimos tarde. Habría una selección especial de jurados obligados a rastrear obras respetables de al menos cada país de este continente. Estarían Joseph Avski, Julianne Pachico, la única caleña que ha publicado cuento en The New Yorker, Pablo Kachtdajian entre el gremio de porscritos con Fernandez Mallo. Estarían J. S. de Montfort y Marina Perezagua. Estaría Claudia Apablaza de Chile. Pablo Di Marco de Argentina. Omar Valdez Benítez y Martín Corona de Xalapa. Sergio de la Pava en Estados Unidos. Aloma Rodríguez de Zaragoza. Esa lista seguramente no valdría nada sin Saúl Alvarez Lara que ya rebasó la edad de las promesas literarias y sigue sin llegar al gran público en Colombia. Sería una lista elitista, sin duda, como todas. Una lista de amigos del pasado, del presente y del futuro. Una lista de obras en lugar de nombres.

En Mac y su contratiempo se refiere Vila-Matas a las generaciones que sepultan generaciones: una generación literaria quiere devorar la anterior, borrarla, aplastarla, para situarse ella en las coordenadas y referentes de lo "actual", en las huellas de los zapatos que otros portaron. Borrar al otro para decir: ahora estoy yo. Más que una verdadera estrategia de silencio entre generaciones es una estrategia de mercado por posicionar el afán de novedades del gran público. El camino que propone Vila-Matas, a los escritores, para no caer en la trampa, es tomar la tangente. Siempre mantenerse al margen, en la periferia. Nunca el Mainstream. Nunca aspires a ocupar el centro. Porque la literatura es distinta al mercado. Para la literatura no hay generaciones. Solo obras. Las que mejor comprendan y resignifiquen su época. Las más revolucionarias en sus formas y en sus contenidos. Toda clasificación es arbitraria.

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